Ayer éramos estos niños inconscientes viviendo al ritmo de las ilusiones.
Me acuerdo de nuestras madres gritando nuestros nombres fuera por la cena, por nuestros baños o bien por hacernos repasar nuestros deberes de clase.
La llegada de la lluvia nos invitaba a jugar en las calles, tanto a chicos como a chicas, muchas veces desnudos, corriendo por todas partes, ebrios de placer, retozando en el barro.
La tormenta con su cortejo de viento sumía el barrio en una oscuridad que nos creaba una oportunidad para jugar al escondite ante las miradas interrogativas de los adultos en la penumbra de las velas encendidas.
¿Cuántas veces con el ceño fruncido nos hemos enfurruñado viendo nuestros profesores a domicilio cuando venían a la hora de nuestros dibujos animados?
¿Te acuerdas de los lunes? Sí, el famoso lunes que nos ponía tan nervioso por la vuelta al instituto. Pero oyendo las voces fuera de nuestros compañeros corríamos a unirnos al grupo de los alumnos en uniforme escolar.
¡Qué placer sentíamos cuando el rocío de la mañana nos mojaba los bajos del uniforme por culpa de la abundancia de hierba en el camino del instituto!
¡Ah, se me olvidaba!, las 07:30h era para nosotros la hora del sueño, la hora universal en África donde nuestra pantalla en color, o la mayor parte de las veces en blanco y negro, se animaba con las telenovelas que nos mostraban la versión del Amor en Occidente.
En los barrios populares era la hora de los encuentros, donde cada casa acogía en su salón una multitud sentada en el suelo, comentando, insultando o imaginando el fin de la telenovela.
Conocíamos mejor las canciones románticas cantando en español que nuestras propias lecciones en francés. Nos identificábamos con unos actores o unas actrices fuera por su comportamiento o bien por sus gestos.
La pobre Honorine lloraba cada vez que la burlábamos llamándola Inocencia por la montura de sus gafas parecidas a la de una actriz mexicana.
¿Crees que he olvidado los fines de clase de los viernes? ¡Claro que no!, eran una fiesta popular a la salida de las clases.
Semejante a los soldados de vuelta de una batalla victoriosa, las diferentes calles de nuestros barrios se llenaban de nuestros gritos, canciones, insultos y peleas.
Hoy somos hombres y mujeres viviendo al ritmo de la realidad, sin embargo conservamos los recuerdos de la vieja y bella época.