Christian (y II), el fugitivo de sí mismo
Fugitivo de sí mismo. Durante los diez años transcurridos desde la muerte de su padre, Christian había navegado en solitario. Transitó por un mar de personas y sensaciones. Algunas de rechazo, otras de puro clasismo. Y, de vez en cuando, se dejaba atraer por aparentes sentimientos de amistad. Imágenes que finalmente, como suele ocurrir con los espejismos inventados, más deseados que reales, se difuminaban. Simples y amargas manipulaciones hacia los encantos de su juventud.
Así transcurrió su adolescencia y también el nacimiento de su incipiente juventud, entre supuestos amores y atracciones, confirmaciones sucesivas de la verdad ya conocida: el encanto de la vida se mostraba en cada ocasión como flor de un día, aparente belleza en la emoción de un instante y marchita desilusión en el siguiente parpadeo de la razón analítica.
Christian seguía siendo diferente. Y, aunque su mente consciente no lo quisiera reconocer, su sensibilidad exacerbada aflojaba cada día más la presa con la cual sus dedos imaginarios se aferraban a la tabla del engaño. Con la llegada de su primera juventud sus niveles de motivación a penas se mantenían flotando. Entre las olas de una sociedad hacia la cual no sentía sino desinterés y alejamiento. Era hora de cambiar.
Fugitivo de sí mismo. El explorarador.
Su siguiente paso no fue muy imaginativo ni original, más no hacía falta: convirtiéndose en uno más de esos aspirantes a sobrevivir en la gran ciudad abría la vávula de sus tensiones emocionales y, no ya como el niño perspicaz de antaño sino en cuanto joven audaz deseoso de vencer sus límites, volvía a soñar.
La excusa perfecta fueron sus buenos resultados en una prueba de clasificación para la universidad. Con semejante cebo no hubo de insistir mucho para ablandar el corazón de su madre. Y por fín, una cálida tarde otoñal, se dejó llevar por el viento de sus anhelos en busca de no sabía muy bien qué. Aunque sí sabía claramente su ansia de abandonar un nido donde nunca se sintió confortable ni protegido. La ilusión del descubrimiento acallaba la inquietud por los posibles peligros de las nuevas riveras donde el destino le pudiera llevar.
No fue sino entonces, al partir, cuando Christian intuyó su segunda verdad. No era su impulso una vana aventura. Tampoco crecían sus fuerzas de una raiz exterior. Su motor vital era mucho más simple. Él nunca podría vivir en su pasado, permanecer quieto y acurrucado mientras el río de la vida fluía a su costado. El joven explorador de su destino se aceptó en medio de la corriente esencial. Nadándo a favor y nunca peleando por retornar, asumió al fin que para llegar a su neverending personal habría de comenzar por transformarse en el fugitivo de sí mismo.
Escrito por M Q.
En Málaga, a 10 de Julio de 2013